viernes, 21 de enero de 2011

Yo también habría votado a favor de Barrabás



Estamos en un tiempo de crisis. No es el primero ni será el último. En tiempos como éste, de masivos despidos, de famélicas legiones, de negros horizontes para quienes ya es negro el presente, suelen aparecer los mesías, los salvadores de la patria, los magos con un conejo en la chistera que dicen que se comen las cifras de desempleados con la misma facilidad que sus congéneres acabaron con los pastos en Australia.
No hay nada más peligroso para una comunidad que le aparezca un mesías, un salvador de la patria, un mago con chistera. A la Alemania que naufragaba tras la Gran Guerra le surgió un señor bajito y con bigote a lo Charlot, que convirtió ese desastre colectivo que fue la República de Weimar con una inflación en la que los precios se multiplicaban por mil en el tiempo se guardaba una cola ante la carnicería, en otro mucho mayor. Eso sí, entremedias hizo vivir el espejismo de una prosperidad armada de autoestima a un pueblo que había sido humillado y arruinado económicamente por el Tratado de Versalles y que se habría recuperado sin la necesidad de Adolfo Hitler como lo demostró en la posguerra siguiente, de la mano de Adenauer.
A punto de cumplirse el bicentenario de La Pepa, la constitución de 1812, vienen a mi memoria los cientos de mesías y salvadores de la patria que tuvo España en aquel convulso siglo XIX, casi siempre armados de sable y vestidos de uniforme. En el siglo siguiente hubo menos, es cierto, pero no menos patéticos. Sería ridículo preguntarse a estas alturas dónde estaría España hoy día si en 1936 Franco no hubiese dado un golpe de Estado que llevó a nuestro país a 3 años de guerra y a vivir dos posguerras consecutivas: la propia y la de la Guerra Mundial y que situó la economía española en el año 1950 a la era de las cavernas. Seguramente, la proverbial neutralidad española, mantenida en el conflicto mundial anterior, habría ayudado a que nuestro país hubiese encarado el paso del ecuador del siglo XX en una situación económica de privilegio y no de precariedad y aislacionismo. Los salvadores siempre, siempre, terminan por dejar las cosas mucho peor que cuando las encuentran.
Por suerte para nosotros, tenía razón Carlos Marx cuando decía que la historia se repite, la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. La tragedia fue Franco, la farsa fue Tejero y los salvadores de la patria emboscados tras él, como siempre, armados de tanques y ornados de charreteras.
A veces escucho por la calle una frase muchas veces repetida: “No puede ser cierto que en España haya tantos millones de parados. Porque si los hubiera, aquí se armaría otra guerra”.  Pues sí los hay. Caminamos lenta pero inexorablemente, hacia los cinco millones de parados. ¿Cómo se sostiene una economía y una nación con cinco millones de parados, el veintitantos por ciento de su población activa? El sistema capitalista se sostiene sin problemas. Porque entre otras cosas, basa su eficacia en disponer de lo que los teóricos llaman “el gran ejército de reserva” es decir, millones de parados con los que ajustar salarios, ampliar jornadas y mejorar la competitividad no sobre la base de aumentar la calidad y el conocimiento, sino a costa de reducir la plusvalía que reporta el trabajo al obrero. Es algo tan clásico que David Ricardo lo acuñó como la Ley de Bronce de los Salarios. Así que, el capital, causante de esta crisis por su codicia desmesurada, puede estar tranquilo. Pero ¿y nosotros? Seremos más pobres, pero que Dios nos libre de otro mesías. Yo, personalmente, y a la vista de la experiencia, os aseguro que habría votado a favor de que liberasen a Barrabás.

domingo, 16 de enero de 2011

Galicia incógnita

Sustentamos, los gallegos, nuestra propia existencia sobre la base de
fantasmas, de seres sobre cuya historia se sabe poco más que un “nada”.
Ved ahí a los juglares que sentaron las bases de la lírica gallega: Martín Códax, Mendiño y Xohán de Cangas. De ellos no se sabe nada. Del primero, sólo el nombre; del segundo ni si quiera si esa palabra con la que lo conocemos es su nombre. Del tercero, que era de Cangas, porque lo dice él al firmar su cantiga de amigo. Los primeros poetas gallegos, casi anónimos, fueron descubiertos en el extranjero. Hasta en la lírica somos emigrantes. Lo que hay de sus obras, que es lo mismo que de su existencia, lo tienen los sucesores de un pirata llamado Morgan, ahora reconvertidos en tiburones de las finanzas (piratas, en definitiva), en Nueva York; están en la biblioteca  vaticana y en un par de instituciones portuguesas que morirían a cuchillo antes que prestárnoslos. Ya se sabe cómo es la fraternidad con nuestros vecinos del otro lado del Miño.

Pero los poetas homenajeados son tres más en una lista infinita. ¿Quién
era el Maestro Mateo, autor del Portico de la Gloria, la quintaesencia
de Galicia? No se sabe nada. ¿Dónde está el Monte Medulio, en cuya cima
miles de gallegos prefirieron morir antes que rendirse a las legiones de
Decimo Junio Bruto? Ni idea. ¿Es realmente Santiago el apóstol quien
está en la tumba bajo la catedral o el apóstata Prisciliano? Vaya usted
a saber. ¿Sigue el tesoro de la Escuadra de la Plata, el más grande de
cuantos duermen bajo el agua, en los fondos de la ría que veo desde mi
ventana o se lo llevaron los ingleses, los redondelanos y algún que otro
vigués, allá por 1702? Nadie lo sabe.

No me caben más ejemplos, pero los hay. Tantos como para convertir la
relación en el argumento de una ley general de carácter científico.
Vivimos en la Galicia incógnita. Somos un país de brumas, en el pasado y
en el presente. Sólo podremos saber, en serio, quiénes somos y de dónde
venimos, cuando jubilemos a los eruditos y sentemos en las cátedras a
las meigas. Los alumnos ni se enterarían del cambio.

Personalmente, solo tengo una certeza, tan incontrovertible e incuestionable como que Galicia es una nación: Colón era gallego. ¿Por qué estoy tan seguro de ello? ¿Por las teorías de mi vecino Alfonso de Philippot? Bueno, algo ayudan. Pero la prueba definitiva nos la dio el propio marino: jamás dijo de dónde era.

Demencia senil

Cuentan los historiadores en eso del negociado del estómago, que los
cultos llaman gastronomía, que Carlos I de España y V de Alemania, el
primer Habsburgo que gobernó con poder absoluto nuestro país sin saber
ni palabra de español, era un glotón. Como casi todos los reyes
glotones, y los que no eran monarcas pero que tenían dineros suficientes
para cultivar la pompa y las vanidades al tiempo que una excesiva
ingesta de toda suerte de alimentos, Carlos V pagó con su salud los
atracones que se pegó a costa del dinero de nuestros antepasados.

Giaccomo Casanova, el muy honorable veneciano Caballero de Seingalt, se
quejaba, al parecer, de próstata, fruto quizás de la sobrecarga a la que
sometió dicho órgano a lo largo de su dilatada vida, salteada de
cientos de romances consumados de los que se cuidó de dar buena cuenta
en los cinco tomos de sus memorias. En una película, “La noche de
Varennes”, de Ettore Scola, en la que coinciden en la misma diligencia,
Restif de la Bretón, Thomas Payne y el primer “latin lover” de la
historia, el guionista le atribuye a Casanova, mientras se quejaba de su
próstata en desgracia, la frase de que “Dios nos castiga por donde
pecamos”.

A mí me gustaría quejarme de próstata, llegada la edad de Casanova, pero
me temo que tendré conformarme con una demencia senil o un mal de
Alzheimer, ya que la mayor parte de las maldades que he hecho en mi vida
han sido de palabra más que de obra, y por lo general de palabra
escrita, como estas que trato de poner ahora, una delante de otra.
Supongo que traigo esto a colación porque como no se contenta quien no
quiere, a mi me cabe el consuelo de que, ya que soy fumador, por lo
menos creo que el Parkinson lo tengo prevenido y, si me apuran, el
Alzheimer, la depresión y otras psicopatologías a las que darle un
ahumado, como al salmón, no les viene mal, según las últimas
investigaciones realizadas por científicos gallegos que  me merecen
confianza.

Claro que, yo no sé si creer en las estadísticas – ya saben esa ciencia
de la mentira según la cual si el dueño de mi casa tiene dos viviendas y
yo ninguna, ambos tenemos una cada uno— porque me temo que cuando dicen que los fumadores no padecen demencia senil debe ser, más bien porque el destino (los médicos le llaman enfisema, cáncer y otras palabrotas malsonantes) no les lleva –no nos lleva– a ser tan longevos como la canadiense Marie Louise Febronie Meilleur, quien recuerdo que hace unos años era la persona más anciana de este planeta, al abandonarlo a sus 117 años.

Que la pobre mujer padecía ya alguno de los achaques propios de esas
edades, a las que tan sólo unos pocos desgraciados llegan, lo demuestra
el hecho de que hubiese dicho que el secreto de su larga vida fue el
trabajo constante. Atribuyen a su boca la frase de que “trabajar duro no
mata a nadie”, muy parecida a la que los sicarios de ese señor bajito,
moreno y con bigote (el de “España va bien”, no. Otro), estampaban en
forja de acero de la Krupp a la entrada de los campos de concentración y
que decían, con similar ironía que “El trabajo os hará libres”.

Todo lo que hace un par de décadas quitaban de la dieta ahora nos
conviene. El aceite, el vino, el jamón, el pescado azul y últimamente,
el tabaco. Hasta han dicho hace poco que comer nécoras en la infancia
ayuda a desarrollar el cerebro. Ya empiezan a tardar más de la cuenta en
descubrir lo saludable que son unos buenos pasteles para adquirir
tranquilidad de espíritu después de una comida. Pero, del trabajo duro
como método para alargar la vida... a mí eso me suena a herejía.

Ojo. Por menos, quemaron a Miguel Servet. Y yo siempre llevo mechero.

viernes, 7 de enero de 2011

El mar llamado Auschwitz

Acaban de alabarme como uno de los grandes logros del último cuarto de siglo el cultivo marino de rodaballo, lubina y dorada. La naturaleza humana tiene esa gloriosa virtud de que acomoda sus principios a aquello que más le conviene. Hoy nos conviene decir que es un gran logro criar rodaballo ya que así se frena la presión depredadora sobre las especies que viven en libertad. A veces voy a la pescadería y me encuentro con el cartelito de "lubina salvaje", para distinguirla de la que vive en esas granjas marinas. La pobre lubina no tiene nada de salvaje. Pero en ocasiones me imagino una revolución de las robalizas al estilo de "La guerra de las salamandras", de mi admirado Karel Capek, en las que adquiriendo esa naturaleza salvaje que falsamente le anuncia la pescantina se lanzasen contra los cercos de cultivo de sus congéneres y liberasen a las cautivas.

Pienso, por ejemplo, en las granjas de rodaballo de la Ría de Vigo con sus jaulas y se me ocurre que podría ser el lugar idóneo para que encerrasen en ellas a sus propietarios. En verdad, no lo reconozco como un logro sino como una muestra más de la hipocresía de una sociedad que es laxa con unos y estricta con otros, que convierte en héroes a unos y en delicuentes a otros que, haciendo lo mismo que los héroes, simplemente no cayeron en la misma simpatía.

La cuestión es que las versiones acuáticas y piscícolas de Auschwitz son un auténtico atentado contra la mar océana. Seducidos por el supuesto beneficio de ofrecer un producto barato, universalizar el consumo de pescados hasta hace poco privativos de las mesas de los ricos, nos hemos olvidado de que el agua en la que se crían esos peces se convierte en un auténtico mar muerto: un detritus se acumula en el fondo bajo el cual se encuentran las jaulas; una mezcla de los excrementos de miles de peces con los restos descompuestos del pienso que les arrojan para comer. Añádase a la mezcla el complejo químico a base de hormonas y antibióticos y tendremos un coctail explosivo que si bien no perjudica a los prisioneros más que su propia vida en cautiverio, emponzoña el mar que los rodea y con él a todos los seres vivos que se mueven a su alrededor. Las robalizas salvajes de la ría de Vigo ya son menos salvajes porque han añadido a su dieta enriquecida con los contaminantes de la actividad industrial y humana de su entorno, el mismo tratamiento para las enfermedades de granja que reciben sus hermanas o hermanos enrejados.

Me pregunto si la ley es igual para todos, ¿por qué las granjas de pollos, las de cerdos o las de pavos que tienen los cooperativistas de Coren han de someterse a estrictos controles de depuración de sus residuos y en cambio a los de Loitamar se les permite impunemente arrojar la mierda directamente al mar? Digo estos nombres pero podría añadir otros muchos más. Preocuparse por si las vacas generan metano al rumiar sus digestiones de hierbas y obviar que estamos convirtiendo el mar que nos rodea en un vertedero es de una hipocresía supina.

miércoles, 5 de enero de 2011

Nuevos delincuentes para los viejos crímenes

La realidad es esta: la humanidad lleva siglos sometida a los mismos crímenes. los delitos de lesa naturaleza nos acompañan desde que la civilización antepuso el negocio a todos sus principios. Ahí están para infamia de nuestra cultura, Las Médulas en el Bierzo. Convertidas en Patrimonio de la Humanidad, constituyen el paradigma del disparate. ¿Se puede hacer patrimonio de la humanidad un atentado ecológico perpetrado durante décadas cuyo resultado fue la eliminación literal de toda una sierra, solo por conseguir oro? ¿Acaso es menos delito porque quienes lo hicieron hablaban latín? ¿Cuál es el patrimonio de la humanidad en Las Médulas? ¿la sangre derramada por los miles de hombres que trabajaron forzados en esas minas, el oro expoliado, los ríos desviados, las montañas derruidas? ¿Qué pasa con la memoria histórica? ¿Acaso se olvida al cabo de unos pocos siglos?
Los romanos eran unos delincuentes, y no de guante blanco, cuando se trataba de expoliar.
Pero el expolio continua. Desde entonces, no ha parado. Los crímenes son viejos, pero los delincuentes se renuevan de generación en generación.

domingo, 2 de enero de 2011

Un comienzo

En el principio es solo un deseo. Volver a escribir para que otros lo lean. Y lo hago como en el pasado, con la misma humildad y la misma libertad de quien supone que aquello que piensa y dice no lo va a leer nadie. Entonces, ¿Por qué lo hago? Porque así, sé que existo.