viernes, 7 de enero de 2011

El mar llamado Auschwitz

Acaban de alabarme como uno de los grandes logros del último cuarto de siglo el cultivo marino de rodaballo, lubina y dorada. La naturaleza humana tiene esa gloriosa virtud de que acomoda sus principios a aquello que más le conviene. Hoy nos conviene decir que es un gran logro criar rodaballo ya que así se frena la presión depredadora sobre las especies que viven en libertad. A veces voy a la pescadería y me encuentro con el cartelito de "lubina salvaje", para distinguirla de la que vive en esas granjas marinas. La pobre lubina no tiene nada de salvaje. Pero en ocasiones me imagino una revolución de las robalizas al estilo de "La guerra de las salamandras", de mi admirado Karel Capek, en las que adquiriendo esa naturaleza salvaje que falsamente le anuncia la pescantina se lanzasen contra los cercos de cultivo de sus congéneres y liberasen a las cautivas.

Pienso, por ejemplo, en las granjas de rodaballo de la Ría de Vigo con sus jaulas y se me ocurre que podría ser el lugar idóneo para que encerrasen en ellas a sus propietarios. En verdad, no lo reconozco como un logro sino como una muestra más de la hipocresía de una sociedad que es laxa con unos y estricta con otros, que convierte en héroes a unos y en delicuentes a otros que, haciendo lo mismo que los héroes, simplemente no cayeron en la misma simpatía.

La cuestión es que las versiones acuáticas y piscícolas de Auschwitz son un auténtico atentado contra la mar océana. Seducidos por el supuesto beneficio de ofrecer un producto barato, universalizar el consumo de pescados hasta hace poco privativos de las mesas de los ricos, nos hemos olvidado de que el agua en la que se crían esos peces se convierte en un auténtico mar muerto: un detritus se acumula en el fondo bajo el cual se encuentran las jaulas; una mezcla de los excrementos de miles de peces con los restos descompuestos del pienso que les arrojan para comer. Añádase a la mezcla el complejo químico a base de hormonas y antibióticos y tendremos un coctail explosivo que si bien no perjudica a los prisioneros más que su propia vida en cautiverio, emponzoña el mar que los rodea y con él a todos los seres vivos que se mueven a su alrededor. Las robalizas salvajes de la ría de Vigo ya son menos salvajes porque han añadido a su dieta enriquecida con los contaminantes de la actividad industrial y humana de su entorno, el mismo tratamiento para las enfermedades de granja que reciben sus hermanas o hermanos enrejados.

Me pregunto si la ley es igual para todos, ¿por qué las granjas de pollos, las de cerdos o las de pavos que tienen los cooperativistas de Coren han de someterse a estrictos controles de depuración de sus residuos y en cambio a los de Loitamar se les permite impunemente arrojar la mierda directamente al mar? Digo estos nombres pero podría añadir otros muchos más. Preocuparse por si las vacas generan metano al rumiar sus digestiones de hierbas y obviar que estamos convirtiendo el mar que nos rodea en un vertedero es de una hipocresía supina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario