El menhir se encuentra guardado en espera de una decisión. ©F.J.Gil |
La semana pasada estuve por tierras de Castrelo do Val, allá
en la comarca de Monterrei, al borde de los Montes del Invernadeiro. Confieso
una gran debilidad por este municipio desde el primer día que lo visité hace ya
unos cuantos años. Castrelo do Val es un paraíso para quienes quieran disfrutar
de la caza, la pesca, el senderismo, y una generosa gastronomía de montaña en
la que no faltan hornos para hacer un buen cabrito, ni fogones para convertir
un jabalí en toda una experiencia para los sentidos, sobre todo el del gusto.
No sé. Yo os iba a hablar de un menhir y acabé pensando en jabalíes, como si
fuese Obelix el Galo (tendré que tomarme en serio lo de adelgazar).
La cuestión es que además de un impresionante patrimonio
natural, Castrelo do Val cuenta ahora con un tesoro prehistórico. Un menhir
datado según los expertos entre los años 3.200 y 2.900 antes de Cristo, que se
correspondería con la era del Calcolítico o Edad del Cobre. La pieza de
granito, con un peso de unos ochocientos kilos y una altura de un metro
ochenta, representa a un guerrero bien pertrechado. Los grabados esculpidos en
la piedra nos muestran un carro tirado por animales, y un hombre armado. La
rueda y la tecnología militar ya estaban presentes en nuestros ancestros
treinta siglos antes de la llegada de los romanos. Así, escrito en una línea
parece poco tiempo. Pero lo cierto es que a este gallego que debía ser de una
tribu de los tamaganos, pueblo que vivía a orillas del río Támega la distancia
temporal que le separaba de las huestes de Decimo Junio Bruto era la misma que
la que habría entre el rey Salomón y Barak Obama.
La Xunta quiere llevarse esta estela pétrea ilustrada a un
museo arqueológico de Ourense que nadie visita porque lleva cerrado desde 2001
y, al tenor de cómo van las cosas, seguirá cerrado otra década más.
Personalmente creo que el centralismo cultural es un atraso. El mismo atraso
que llevó a las cruzadas a Jerusalén a rapiñar reliquias para traérselas a
Europa, o a convertir el Museo Británico en el mejor parque temático de la
cultura egipcia. Aquellos eran otros tiempos. Pero hoy, que la riqueza de los
pueblos de Galicia se lleve para los museos de ciudades que ya tienen numerosos
atractivos por sí es desvalijar la identidad del ya paupérrimo rural gallego
para nada. Excepción honrosa es el museo de Castro de Viladonga que ha
convertido el patrimonio arqueológico provincial de Lugo en un atractivo para
visitar la Terra Chá, junto con la laguna de Cospeito y todo un sinfín de
elementos que, juntos hacen que merezca realizarse una excursión por aquellas
tierras.
Castrelo do Val tiene
derecho a su historia, a su prehistoria y sumarlas a su belleza paisajística, a
la singularísima ruta de los carboeiros y a sus millones de castaños que
conforman uno de los pueblos más atractivos de la Galicia interior. Que nadie
se lleve a engaño. Galicia no recuperará su tasa de empleo si no cuenta con el
rural y esta política de expolio no es precisamente un buen ejemplo.
semelhante ao de Castelões aldeia de Chaves e que me parece da mesma época.
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