viernes, 15 de julio de 2011

El Códice Calixtino también emigra




Tengo a unos cuantos amigos cabreados con la iglesia católica en general y con el cabildo catedralicio compostelano en particular por dejarse robar el Códice Calixtino. La vergüenza de que uno de los tesoros de la cultura gallega, una pieza única, insustituible, estuviese a tan mal recaudo, denota la desidia o el exceso de confianza en la bondad humana. En fin, lo han robado. Probablemente no volverá a la catedral de Santiago. Pero, me pregunto: ¿acaso no está en la naturaleza de nuestra cultura que nuestras señas de identidad sean tan emigrantes como su pueblo?
Nuestro himno nació en Cuba y el mayor icono de la cultura gallega, la obra de los poetas medievales de la Ría de Vigo, Mendiño, Xoán de Cangas y Martín Codax, la esencia primigenia de nuestra literatura, se encuentra desde hace siglos fuera de nuestras fronteras. Los  pergaminos que tan pobremente iluminados conservan un tesoro cultural único por ser los primeros en los que aparecen las primeras canciones con sus notaciones musicales de la lírica galaicoportuguesa, resulta que se esfumaron mucho antes que el Códice. El pergamino Vindel, en el que se encuentran las cantigas de amigo de Martín Códax, fue descubierto por un librero como forro de un libro de Cicerón y acabó en manos de Morgan el descendiente ilustrado del bucanero del mismo apellido, que tiene una biblioteca envidiable en Nueva York, además de un banco. Las ondas do mar de Vigo se fueron a la biblioteca JP Morgan de Nueva York, a la Vaticana y a la Nacional de Lisboa. Y ahora la primera guía del trotamundos hecha  sobre el camino de Santiago se escapó en la mochila de algún caco que a estas alturas ya habrá ganado para algo más que unas buenas vacaciones.
Por suerte, la catedral de Santiago, o la de Ourense, o la de Lugo o la de Tui, son bienes inmuebles y no caben en una mochila. De lo contrario correrían el mismo destino que el manuscrito iluminado del siglo XII. O el que sufrieron muchos cruceiros, hórreos, pilas bautismales, retablos, imágenes de santos y vírgenes góticas, barrocas o renacentistas que acabaron en el mostrador de un anticuario o en el jardín de la casa de un rico.
En fin. Qué Dios les perdone por este descuido. Pero nosotros, no.

martes, 12 de julio de 2011

Caen los trenes.... y los periódicos

La "motora" portuguesa no resistió la crisis.

Hace treinta años había un kiosco en la estación de Redondela. Lo recuerdo perfectamente. Era un garito que daba al andén. Podías llegar en el Rías Bajas desde Madrid y en su larga parada de más de veinte minutos te daba tiempo a comprar el periódico en el kiosco y luego desayunar generosamente en el restaurante. Por fortuna, el restaurante existe todavía. Debe ser la única estación de la red ferroviaria española en la que se puede comer decentemente y a buen precio: pulpo, calamares, un amplio surtido de empanadas y, cada viernes, cocido. Pero ¿Y el quiosco? Pues se fue. Supongo que para tener que evitar la agonía de ver cada vez menos cabeceras de periódicos que vender. La estación de Redondela ha sido testigo en estos treinta años del cierre de tantos periódicos como de la desaparición de trenes. En este mes han dejado de existir el único diario en gallego y el único tren que unía la estación de Vigo con Oporto. Qué paradojas: existe un movimiento que se llama Galicia Bilingüe cuyo único objetivo es que se defienda el español frente a la “aplastante” opresión del gallego. Así de memoria creo recordar que había una docena de periódicos en Galicia, de los cuales solo uno estaba escrito en gallego. Hoy, el indefenso y aplastado español gana por once a cero. Cuando el kiosco redondelano vendía ejemplares del Pueblo de Madrid, del Ya, del Pueblo Gallego, de la Hoja del Lunes… veía pasar por delante de sus cristaleras un expreso con el que se podía llegar sin transbordo a París, y un rápido con motores Rolls Royce –lo de rápido era puramente nominal– que nos permitía llegar a Oporto y, desde allí, cogiendo el rápido Foguete, a Lisboa. Todo eso ha desaparecido.
Nunca comprendí muy bien por qué a los periódicos y a los trenes les llamaban medios de comunicación. No les había encontrado un vínculo hasta que me puse a pensar en ese kiosco ya desaparecido. ¿Habrá sido su desaparición un presagio, un mal augurio? Siete mil periodistas en el paro en los últimos cinco años y unos cuantos trenes menos dicen que sí.