La imaginación
humana es tan infinita, o tal vez más, que el universo que, pese a ser muy
grande, es finito. La fantasía, al principio, estaba exenta de las leyes de la
física, e incluso podía ser sacrílega, o al menos, un poco hereje.
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Cyrano de Bergerac |
Los hombres
viajaron por el cielo mucho antes con la fantasía que con la cohetería moderna.
Luciano de Samósata lo hizo con el fin de parodiar algunas religiones
orientales como el mazdeísmo. Pero el caso es que viajó a la Luna, al Sol y a
las Estrellas en el siglo II de nuestra era. En sus “relatos verídicos” alcanza
la Luna en siete días y siete noches a bordo de un velero que es arrastrado por
un tifón.
La fantasía
traspasada a la literatura nos dio viajes por el espacio durante siglos y nos
puso en contacto con seres extraños de la mano de escritores tan fantasiosos como sus propios personajes:
Savinien de Cyrano de Bergerac (1619-1655)
se hizo famoso por su carrera militar –que sirvió de
inspiración a Rostand—y por sus obras literarias y filosóficas. “El otro mundo”
fue una novela póstuma, publicada en 1662, y en ella cuenta en dos partes sus
viajes extraordinarios: “Historia cómica y extraordinaria de los imperios de la
Luna” e “Historia cómica y extraordinaria de los imperios del Sol”. La
narración, en uno y otro caso está realizada en primera persona y comenta cómo
utilizando frascos de rocío en cantidad suficiente es capaz de ser elevado por
el Sol y abandona este planeta para entrar en contacto con los habitantes de la
Luna en su primer viaje y con los del Sol, posteriormente.
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Munchhausen, según Doré. |
Münchhausen fue un noble alemán que se unió al ejército ruso en sus luchas contra
el imperio turco a mediados del siglo XVIII y a su regreso de las campañas
militares contó extraordinarias historias que alcanzaron pronto tal reputación
de fabulosas que fueron convertidas en un relato literario por Rudolf Erich
Raspe (1737-1794), difundidas en inglés en 1785. Gottfried August Bürger (1747-1794) tiene conocimiento de
esa narración y la traduce al alemán, pero incorporando todavía mayores
exageraciones. Además de sus victorias en la guerra contra el turco, el barón
viajó a la Luna a bordo de un barco, elevado hasta más allá de la atmósfera,
gracias a un globo de aire caliente.
Todas esas fábulas ponen de
manifiesto que viajar por el espacio estaba en la imaginación del hombre
desde los mismos orígenes de nuestra cultura.
Hasta aquí, a la literatura
fantástica se le llamaba así: literatura fantástica. Pero ¿Cuándo comenzó a
llamársele ciencia ficción? Cuando comenzó a ser verosímil. A partir del
momento en el que todo es sometido a discusión y todo es cuestionable, en la
literatura, una historia puede ser pura ficción o realista, pero una y otra
tiene que cumplir con una regla fundamental: ha de ser creíble.
¿Le sucede lo mismo
a la ciencia?
Imaginaos: ¿Es
creíble que todo este Universo del que nosotros no somos más que una mota de
polvo hubiera nacido de una singularidad un punto mínimo, el día en que se
produjo una gran explosión, el big bang?
La literatura, en cambio, la miramos con lupa. Y ya no digamos la televisión: ¿Cuánta gente sigue pensando todavía que la llegada a la Luna, televisada en la noche del 20 de julio de 1969, no fue sino una película?
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Aldrin en el primer viaje a la Luna. Muchos siguen pensando que esto fue un montaje de Hollywood. (NASA) |
Pero volvamos a la
literatura.
Hay un caso
paradigmático en la literatura norteamericana del siglo XIX. Y
no tiene nada que ver con la ciencia ficción.
La primera edición
de Moby Dick salió a la luz en la imprenta londinense de Richard Bentley. La
crítica fue muy severa. Durísima. ¿Por qué? Herman Melville
había escrito la narración en primera persona, en boca Ismael, el joven
arponero que se enrola a las órdenes del capitán Acab. La principal razón
de las duras críticas era la falta de credibilidad del relato.
A pesar de que
Melville cuidó en extremo todos los detalles de su texto, manifestando una
auténtica erudición en materia náutica, se olvidó del elemento más importante.
Ismael cuenta el final de la historia: todos mueren en la loca persecución de
la gran ballena blanca.

Y, claro, los muertos no escriben.
La ficción se rige
por ciertas leyes que no se pueden quebrantar si lo que se desea es que la
historia resulte verosímil. Melville, añadió un epílogo a Moby Dick antes de
darla de nuevo a la imprenta, esta vez de los hermanos Harper de Nueva York, y
en él se explica que Ismael se salva gracias a que se agarra a un ataúd. La
novela pasó de ser un desastre a una de las más célebres del siglo XIX y una de
las mejores obras de la literatura norteamericana, por una única frase,
extraída del libro de Job: "Solo quedé yo
para contártelo".
Por eso, los
escritores de ciencia ficción se cuidaron siempre mucho de que sus historias
fueran verosímiles. Y algunos lo hicieron tan bien, que llegaron incluso a
influir en lo que luego sería la materialización de su sueño literario.
Al final de la
década siguiente de que Melville nos embarcase a la caza de la gran ballena, Julio
Verne nos lanzó al primer viaje creíble a la Luna. La cohetería
todavía no existía como ciencia, así que echó mano de la artillería. Los primeros
astronautas viajaron en un proyectil lanzado por un cañón gigantesco.
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Verne todavía pensaba en un proyectil en vez de en un cohete. |
Eso sí, lo hicieron
desde La Florida, en Estados Unidos, como sucedería en la realidad. Eran tres
astronautas, como Collins, Aldrin y Armstrong y su publicación tuvo lugar en
1869, tercera casualidad. El hombre llegó a la Luna justo cien años después del
primer viaje hecho por la Ciencia Ficción.
Parcialmente
contemporáneo de Verne, Herbert George Wells, también nos llevó de viaje a la
Luna, gracias a una sustancia llamada Cavorita. Pero su gran aportación a la
ciencia ficción no sería ya ese viaje, que, como no era el primero, pasó casi inadvertido.
Su gran novela es, en este terreno, “La guerra de los mundos”, que preveía una
invasión mortífera de seres procedentes de Marte, los marcianos. Era la época
del gran imperialismo y los marcianos, por supuesto, no iban a ser menos
imperialistas que los británicos, que eran dueños de la India, media África y
estaban llenando de opio la China. Así que invaden Inglaterra y el resto del
mundo. En aquella época los marcianos todavía no llegaban a Estados Unidos.
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Orson Welles, con 23 años, conmueve al mundo con la emisión radiofónica de "La guerra de los mundos", de H.G. Wells. |
¿Había vida
inteligente en Marte? En aquel momento así se creía. Tanto es así que el gran
divulgador de la astronomía, el astrónomo francés Camille Flammarión, cuando en
1891 ofrece el premio Guzman, dotado de 100.000 francos a quien establezca
contacto con un ser extraterrestre en un plazo de 10 años, dice, “un ser
extraterrestre que no sea marciano, por supuesto”, dando a entender que conectar
con los habitantes de Marte ya no tenía ningún mérito.
Verne se adelantó
cien años a la Nasa. Wells, todavía no sabemos cuánto se adelantó en relatar
una invasión extraterrestre. Pero sí puso de manifiesto un hecho que luego
sería tenido en consideración por los proyectos espaciales llevados a cabo:
Fueron nuestros virus y nuestras bacterias los que acabaron con los marcianos.
Ergo, cuando viajemos por el espacio, hay que procurar no contaminar, no dejar
una huella biológica no sea que nos convirtamos en autores de la vida
extraterrestre que buscamos sin darnos cuenta. Y de hecho, se cuida
meticulosamente en todos los proyectos espaciales que no se escape ni un germen.
Que la ciencia
ficción va por delante de la realidad lo ratifica la película de Fritz Lang,
“La mujer en la Luna” (1929). Ya no es un cañón el que lanza el proyectil. Por
primera vez y mucho antes que en la realidad, los espectadores verán en un cine
todavía mudo, un cohete autopropulsado que sale desde una plataforma de
lanzamiento. Y se inventa un ritual: en la secuencia previa al lanzamiento del
cohete, para darle un mayor dramatismo al momento, incluye una cuenta atrás.
¿Por qué hacia atrás? Su respuesta fue sencilla: Porque si lo hacía hacia
adelante, ¿cuál sería el número con el que finalizar? En cambio con la cuenta
atrás, todo el mundo sabe que el último sería el cero. Así, introdujo antes de
que naciera la astronáutica, un elemento que forma parte consustancial de su
liturgia: el countdown o cuenta atrás. Luego la empleará
la NASA cuando los cohetes salgan realmente en sus viajes hacia el espacio
desde cabo cañaveral.
El asesor
científico de esta película fue Herman Julius Oberth, a quien el tribunal ante el que defendió su tesis se la había rechazado por fantasiosa, ya que esgrimía en ella que un cohete podría ser el vehículo para realizar un viaje por el espacio.
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Herman J Oberth, a la izquierda, con Werner Von Braun |
Oberth se sintió
atraído por los viajes a la Luna porque leyó a Verne en la infancia. Luego
sería maestro de Werner Von Braun, así que ya tenemos la conexión entre la
ficción y la realidad más palpable porque Von Braun fue el responsable de la
carrera espacial norteamericana, que llevó al primer hombre a la Luna. Eso sí, previo paso por la industria armamentística nazi a la que brindó un arma más psicológica que de destrucción masiva: las bombas volantes, V-1 y V-2.
En este viaje por
la ciencia ficción nos encontramos con escritores que desarrollaron una gran
erudición científica como Isaac Asimov, Stanislav Lem o Arthur C. Clarke.
Asimov, que fue el
más prolífico de todos y que escribió todo tipo de libros de divulgación
científica, en materia literaria nos dejó, entre otras, una trilogía que
traspasa al ámbito de la galaxia, la historia misma de un imperio que bien podria representar el romano. El
ciclo de Trántor: Fundación, Fundación e imperio y Segunda fundación, cuyo éxito
le llevaría a escribir secuelas y precuelas hasta 1992, el año de su fallecimiento.
Por cierto. A
Asimov se le atribuye la invención del término Robot y las leyes de la robótica
en la mitad del siglo pasado. Pero los robots ya existían. Los habían inventado
Josef y Karel Čapec, dos escritores checos, hermanos, que escribieron en 1921 “Robots
Universales Rossum”: una obra teatral de ciencia ficción en la que se acuña por
primera vez la palabra robot y éstos aparecen físicamente en escena.
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Los hermanos Čapec crearon los robots y los llevaron a escena. La palabra, deriva del checo "robota", trabajo forzado. |
Claro que los
hermanos Čapec, y especialmente Karel, no emplearon sus inventos para abrirle
camino a la ciencia, sino para criticar una sociedad que se estaba desmoronando.
La ciencia ficción también podía ser utilizada como una poderosa arma satírica.
Y Čapec fue tan ácido y tan molesto para los nazis que había una orden expresa
de Berlín de que la Gestapo lo detuviese tan pronto como ocupasen Praga para
despacharlo a un campo de exterminio. No llegaron a tiempo. Una neumonía se les
adelantó tres meses.
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Cartel de la película "Solaris". |
Sin duda una de las claves del éxito de la literatura de Lem es la manera en la que aborda los conflictos de la naturaleza humana, casi siempre teñidos de una gran ironía, y que lejos de desaparecer, se agudizan en la medida en la que nos presenta sociedades más evolucionadas tecnológica y científicamente. El futuro descrito por su ciencia ficción sigue plagado de los mismos pecados, algo que nos sirve para desmentir esa ingenua teoría de que una civilización avanzada y superinteligente capaz de llegar a otro planeta o procedente de otro planeta, sin duda habrá resuelto los grandes males que hoy día acechan a la humanidad. Muy al contrario. A medida que el mundo avanza, se agrandan las desigualdades sociales y el capitalismo se hace más depredador.
Pero el gran hito
de la ciencia ficción durante la carrera espacial fue 2001, una odisea del
espacio. Al revés de lo que suele suceder, Arthur C. Clarke, escribió 2001 a
partir de la película que, originariamente estaba basada en otro relato suyo:
el Centinela.
Con 2001, Clarke, abre
un ciclo que llega a término con, “3001, odisea final”. En ella nos enseña otra
de las hipótesis que primero se materializaron en la ficción. El ascensor
espacial. Sobre el papel es posible que desde un satélite a una órbita
geosincrónica se lance un cable de 36.000 kilómetros por el cual suba y baje un
ascensor. El ascensor espacial consumiría mucha menos energía que los cohetes
que son necesarios para abandonar la atmósfera terrestre.
La teoría física,
que fue desarrollada por un ingeniero soviético llamado Yuri Artsutanov, y
publicada por el Pravda en 1960, se convirtió en literatura con la novela de
Clarke “Las fuentes del paraíso” 18 años después. Sus primeros desarrollos teóricos arrancaron de otro científico ruso, Konstantin Tsiolkovski, quien en 1883 proyecta su primera nave espacial.
Y ya en "3001", el ascensor era la
manera con la que se trasladaban por piezas las grandes naves espaciales con
las que el hombre surcaría el universo.
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Modelo de Ascensor Espacial basado en la tecnología del tren de levitación magnética. (NASA) |
Así pues, y una vez más, la ciencia ficción va un paso por delante y el reto de construir el ascensor espacial está todavía en el aire. Hay quien piensa que será factible en los próximos 40 años. Sea cuando sea que por fin se materialice, es el primer paso, necesario, para que una nave terrestre tripulada pueda viajar más allá de nuestra pequeña aldea interplanetaria.
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