Coches de un expreso alemán de los años treinta del siglo XX |
Talgo III, la gran revolución ferroviaria española de la década de 1960 |
Para quienes somos amantes del ferrocarril, e incluso sufridores del mismo, la revolución ferroviaria que representa la alta velocidad sentencia el dramático final de un medio de transporte. La Alta Velocidad en España en general y en Galicia en particular se ha concebido como una alternativa al ferrocarril convencional y la prueba es que se han levantado o se van a levantar parte de los trazados antiguos. Es un disparate semejante al que habría supuesto, por ejemplo, que al poner en servicio la autopista del Atlántico, se hubiese cerrado la carretera nacional 550 y, de repente no fuese posible viajar por carretera a Redondela, a Arcade, a Caldas de Reis... Muchos pequeños pueblos que tenían en el ferrocarril un servicio público de transporte se quedarán sin él. A cambio, eso sí, podrán coger un autobús para llegar a la estación más cercana y luego coger un tren rapidísimo y carísimo.
Se ha planteado la necesidad de que el tren pueda competir con el avión en términos de tiempos de viaje y servicio y ahí es donde la alta velocidad cumple con sus objetivos. Pero ¿qué pasa cuando el viajero prefiere optar por la economía en vez de la velocidad? Pongamos por caso los estudiantes que hoy día cogen el tren en la estación de Redondela para ir a Santiago, o a Ourense, o a Coruña? Desde que se inició el eje atlántico de alta velocidad, esos estudiantes tienen menos trenes (en términos globales hay más, pero ya no paran todos en Redondela) y son más caros porque llegan diez minutos antes a Santiago o a Ourense.
Cuando por fin exista un tren de alta velocidad entre Vigo y Madrid, no podré cogerlo en Redondela. Tendré que ir a Vigo, lógico. Pero ¿podré hacerlo en tren? No. Porque la estación de los trenes de media distancia estará en Guixar y la de alta velocidad en Urzáiz. Salvo que quiera pagar un taxi entre ambas estaciones. Seguramente me resultará más cómodo coger el AVE en Ourense. Mas cómodo y más barato y me ahorro la vuelta que supone que el tren pase por Santiago para ir a Madrid.
Pero yo no quería meterme en estos berenjenales cuando pensé en escribir estas líneas. Lo que quería era hacer un alegato contra la uniformidad. Todos los aves son iguales. ¿Donde quedará la biodiversidad ferroviaria que nos aportaban los trenes del siglo XX?
Pues tendremos que verlos correr por las maquetas de los aficionados en fotografías como éstas.
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