Todo nuevo pero nada funciona: ni las escaleras, ni las ventanillas, ni el expendedor automático de billetes. ©FJGil |
Hace ya más de cuatro meses que está en activo el corredor del
Eje Atlántico, entre Vigo y Santiago y la primera estación que se encuentra el
viajero al dejar el túnel de As Maceiras, la de Redondela AVE se muestra como
un fantasma entre las vías. Su aspecto no puede resultar más desolador, ni más
hostil hacia los viajeros. En primer lugar, habría que cambiarle el nombre. No
está en un corredor de alta velocidad, sino de velocidad alta, así que en vez
de ser Redondela AVE, en honor a la verdad debería ser denominada Redondela-EVA
(estación de velocidad alta o, si queréis, por seguir la cosa patriótica del
acrónimo de la Alta Velocidad Española, en este podría ser España a Velocidad
Alta).
Pero vayamos al asunto. Hace algunas semanas, llevé a mi
hija a la estación de Redondela, a la de verdad. Pero perdió el tren. El
siguiente, pasaba casi una hora después pero lo hacía por la línea del Eje
Atlántico, así que nos fuimos a la otra estación, a la EVA. Un cómodo
estacionamiento y un edificio moderno ofrecen una impresión favorable a simple
vista que luego irá decepcionando a medida que uno traspasa sus puertas. Las
ventanillas de despacho de billetes, cerradas, sin personal. La máquina
expendedora de billetes no admite el pago en efectivo. Así que hay que recurrir
al sistema tradicional de pago en ruta al revisor. Los andenes se encuentran en
el nivel superior a los que se puede acceder por escaleras mecánicas que no
funcionan. Y lo digo en presente, porque volví un mes después y seguían sin
funcionar. Regresé de nuevo hace unos días, y tampoco. En esas siguientes
visitas, volví a encontrarme con la estación fantasma, sin personal de ningún
tipo, lo que explica que tampoco funcionase ya el maquinillo expendedor de
billetes, que había sido hackeado por algún asilvestrado que al amparo de la
ausencia de personal se habrá entretenido con el ordenador en cuestión.
Si queréis billete, llevadlo de casa. La máquina no funciona. ©FJGil |
Por suerte, para las personas con movilidad reducida, madres
o padres con coches de bebés y viajeros cargados con maletas, los ascensores sí
funcionaban.
Una vez llegamos a los andenes, dispuestos a esperar
cincuenta minutos por el tren, nos encontramos con otra desagradable sorpresa:
no hay bancos para sentarse. Hasta en el más ruin de los apeaderos de tercera
categoría, incluso en aquellos en los que ya no para el tren, cualquier persona
se puede sentar en un banquito a verlos pasar de largo. Pero en esta flamante
estación no hay ni sala de espera en su vestíbulo, ni sillas en ningún rincón,
ni bancos en los andenes. ¿Cómo es posible? ¡Si hasta hay bancos en las
estaciones de metro, en las que los trenes pasan cada minuto! Pues en
Redondela, no. En Arcade, que es una estación reciclada de la línea
convencional, como en Pontevedra, se puede esperar sentado tranquilamente en el
andén, leyendo un libro o mirando para las moscas. Sucede lo mismo en
Vilagarcía y en Santiago y, por supuesto, en las estaciones término de este
flamante corredor en el que los trenes pueden viajar a doscientos kilómetros
por hora. Pero en Redondela, no.
Ni un banco, ni una silla. Nada que haga cómoda la espera del viajero. ¡Vaya estación!. ©FJGil |
Imagino
que en cada rincón de la estación hay una cámara de videovigilancia conectada a
una central desde la que un equipo de seguridad vela por impedir el vandalismo
y el destrozo del mobiliario y de los materiales que allí existen. Desde luego,
los cacos no se podrán llevar ninguna silla ni ningún banco. Pero la sensación
de inseguridad es absoluta para quien se encuentre allí, de pie, esperando por
un tren. Le pueden robar el bolso, el equipaje, la cartera o lo que sea que
cuando los agentes de seguridad que miran la escena por la tele lleguen al
lugar del suceso, los perpetradores ya estarán en A Cañiza.
¿Cómo terminó la historia? Pues así: salimos por donde llegamos y nos fuimos a la estación de Pontevedra. Soy un enamorado de las infraestructuras ferroviarias pero no tanto como para estar como un pasmarote, de pie, durante cincuenta minutos, esperando a que venga un caco antes que el tren a robarme la cartera.
Un espacio fantasma, nada acogedor. Hay que felicitar al arquitecto que la diseñó y a Adif que la pagó. ©FJGil |
el dinero publico no es de nadie, si tuvieran que pagar la hipoteca para construir con criterio otro gallo cantaría.
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