Franco y Barroso ¿dónde está la diferencia?
He echado un vistazo retrospectivo a los resultados de las
elecciones de los últimos veinticinco años y me he dado cuenta el poco interés
que manifestamos siempre los españoles por las elecciones europeas. En realidad
es algo que ya sabía. El índice de abstención en unas europeas es comparable o
superior a unas presidenciales norteamericanas. La diferencia es que un
estadounidense de la Florida puede decidir pasar de votar al presidente del
gobierno federal y se queda tan pancho, porque la autonomía de la que goza el
gobierno de su estado y su capacidad para elegir en todas las instancias que le
son próximas y le afectan no dependen de quién sea el presidente, que es una
especie de gerente de la administración federal, aunque cara al exterior, sea
considerado el hombre más poderoso del mundo.
El vecino del barrio vigués de La Florida podrá votar a su
partido en las municipales, que no a su alcalde, y al partido que quiera en las
autonómicas e incluso podría, si quisiera echar a cara o cruz a quien votar en
las elecciones generales. El vecino del antiguo ayuntamiento y hoy barrio
vigués de Lavadores, que en inglés se diría Washington, podría votar incluso a un
delincuente en las elecciones europeas, solo por joder, como sucedió en 1989
cuando salió elegido eurodiputado José María Ruiz Mateos, que así consiguió
esquivar algunos de sus muchos procedimientos judiciales.
Aunque hubiera sido de otra manera, que cualquier español
mayor de edad hubiera tenido la opción de haber votado a una candidatura
decente de políticos honrados y super inteligentes, y aunque Mariano Rajoy
fuese Premio Nobel –en el supuesto de que ser Premio Nobel avalase calidad,
cosa más que dudosa desde el día que le dieron el Nobel de Literatura a Winston
Churchill—ni el vecino de Lavadores ni el de la Florida habrían podido
conseguir que esa pléyade de genios le liberasen de la crisis y el desempleo.
No está en nuestra mano votar a quienes realmente gobiernan los destinos de
nuestro país. Ni votamos al presidente de Europa. Los de la Florida de allende
el Atlántico votan a su presidente si quieren. Nosotros no tenemos presidente,
tenemos un burócrata inelegible popularmente. Un tal Dura͂o Barroso que con sus
satélites comisarios y los tecnócratas y ejecutivos de los mercados financieros
marcan la línea que hay que seguir. ¿Cómo llegaron ahí? Pues por el mismo
camino que llegaban los ministros de Franco o su jefe de gobierno. Parece como
si el difunto general hubiera sido el inspirador del gobierno de Europa: un
gobierno que se elige como se elegía en la España de la dictadura, a través de
la “democracia orgánica”.
Los tres derechos clásicos
de la soberanía nacional –acuñar moneda, tener una política exterior
independiente y un ejército propio– se han diluido de manera tan drástica que
cualquier estado de los Estados Unidos es más independiente con respecto a la
Unión que España, Bélgica o Italia de los designios de un grupo de funcionarios
de Bruselas que se eligen entre ellos.
¿Era esto lo que queríamos? ¿Es ésta la Europa de los
pueblos? ¿No estaremos más cerca del ein Reich, ein Volk, ein Fürher en el que
un gobierno al que nosotros no votamos atornilla a nuestros débiles políticos
domésticos para que cumplan sus objetivos económicos y de paso le proporcione científicos bien
formados para sus industrias empobreciendo la investigación y el desarrollo de
nuestro país?
Creo que harían bien en exhumar el cadáver de Franco del
Valle de los Caídos, pero no para entregárselo a la familia. Deberían hacerle
un mausoleo en la Postdamer Platz de Berlín o en el jardincillo que hay ante el
Edificio Berlaymont de Bruselas como símbolo del nuevo europeísmo reinante.
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