Suelo empezar cualquier cosa que escribo, un artículo, una
entrevista, un reportaje, poniendo el título. Bueno, no todo. En los cuentos,
nunca empiezo sin saber primero cuál va a ser el final. Todavía no sé cuál va a
ser el título de esto que os escribo, pero ya sé el final. En cambio no es un
cuento. Es el relato de mi visita, la semana pasda, a la ciudad de la cultura en el monte
Gaiás de Santiago. En los últimos meses fui a Santiago en bastantes ocasiones y
aquella silueta faraónica que asoma por las colinas del Este me tentó muchas
veces, pero nunca llegué a encontrar el camino para llegar hasta allí. Imagino
que el Concello de Santiago y la Xunta sienten una especie de culpa vergonzante
por ese despilfarro bananero y han limitado a muy escasos indicadores la
sinaléctica que marca el rumbo a ese presunto espacio cultural.
Pero curiosamente, cuando iba a visitar la colegiata
del Sar me encontré con un indicador que decía “Ciudad de la Cultura” y decidí
por fin ir a conocer de cuerpo presente el susodicho lugar.
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Los turistas visitan el Gaiás mientras siguen las obras, con el riesgo que ello entraña. ©F.J.Gil |
La estampa a lo lejos me sobrecogió, más por su
espectacularidad que por su belleza. A medida que me iba acercando, el
espectáculo empezó a resultarme más vergonzoso.
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La presencia de elementos sin rematar se encuentran en los lugares de tránsito de los visitantes. ©F.J.Gil |
Un lugar vacío, inconcluso, con
forjados sin hormigonar, con zanjas abiertas para hacer alguna cosa que se ha
interrumpido, con vallas metálicas de obra de tres al cuarto separando la zona
por la que pasean los turistas de un almacén de escombros, un lugar donde
cuatro obreros cortan piedra y un espacio en el que se acumulan unos palés de
material de construcción. Si se buscaba dar un sentido estético al conjunto, lo
cierto es que le faltan todavía muchos hervores para conseguirlo. ¿Por qué tanta
prisa por inaugurar algo que no está terminado y que además no es necesario? Si
una de las cualidades de Santiago era su condición de ciudad consolidada desde
hace siglos gracias a la mitra y a la universidad, el Gaiás le ha estampado un
baño de arrabal poligonero de ciudad de uno de esos países del tercer mundo en
el que un sátrapa decide cumplir sus sueños megalómanos y le encarga a un
arquitecto lunático una obra de arquitectura espectacular, pero luego deja
todos los escombros de la obra sin recoger ciscados por su alrededor. Y si os
acercáis a los aseos podréis comprobar que pese a los 450 millones de euros de
presupuesto, cualquier gasolinera de área de servicio los tiene mejores.
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Un almacén de materiales de construcción permanece a la vista de todos. ©F.J.Gil |
No puedo decir que la
excursión me hubiese decepcionado, porque no esperaba nada bueno de un
despilfarro perpetrado de manera tan absurda y que ha condenado a Galicia a no
tener dinero para invertir en cultura durante años. Lo único que eché de menos
fue la tumba de Fraga. Gaiás parece más un mausoleo que una ciudad de la
cultura y sin lugar a dudas, sería el lugar más adecuado para enterrar a su
promotor. Y ya de paso, ahora que quieren echarlo del Valle de los Caídos,
llevar para allí a Franco. Ya están las pirámides, solo falta enterrar en ellas a los faraones.
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Las obras continuan en el subsuelo. ¿Será ésta la entrada a las cámaras mortuorias de las pirámides? ©F.J.Gil |
Maravilloso artículo
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