Recuerdo con simpatía la canción de Siniestro Total
“Ayatollah no me toques la pirola”. Siniestro era un grupo que contaba en clave
de punk rock lo que sucedía en aquellos años de la década de 1980. La música,
convenientemente cargada de sátira se convierte en un arma de destrucción
masiva contra el poder, capaz de inspirar al resto de los mortales. Nada más
gráfico respecto a lo que les esperaba a los consumidores gallegos cuando se
produjo la fusión entre Unión Eléctrica y Fenosa que el nombre de aquel grupo
de rock en el participaba de manera protagonista el grandísimo Germán Fandiño,
hoy Tony Lomba, que se llamaba Unión
Penosa.
Galicia vive inmersa en la desgracia eléctrica. Somos un
país que produce un tercio más de la electricidad que necesita. ¿Exportadores?
No. Explotados. Seríamos exportadores si la electricidad fuese nuestra. Pero es
de Gas Natural-Unión Penosa, de Iberdrola, Endesa, etcétera. Todas ellas son
compañías que tienen su domicilio fiscal en Cataluña, el País Vasco… y por
tanto, los impuestos que liquidan cada uno de los consumidores de esa energía
enriquecen las arcas del fisco de esas comunidades. Esa es la primera
injusticia del sistema eléctrico que nos toca padecer.
La segunda injusticia se refiere al precio. Todos los
productos tienen un precio basado en sus costes, lo que hace que si el lector
quiere comprar un kilo de patatas gallegas, le saldrá por veinte céntimos en
Xinzo de Limia y por un euro en Cuenca. Si lo que compra es un litro de
gasolina, es más barata en Brunei que en Monforte de Lemos. Pero, en cambio, el
kilowatio/hora lo paga igual el pensionista que vive en Os Peares, a
trescientos metros de la central hidroeléctrica, que el señorito que se está
tomando unas anchoas con txacolí en una terraza de la playa de la Concha en San
Sebastián.
Y eso nos lleva a la tercera injusticia. Porque a igual
precio, la electricidad, de la que somos productores excedentarios y
exportadores, nos cuesta más cara a los gallegos que hemos de cargar con la
lluvia ácida de las centrales térmicas de As Pontes de García Rodríguez y de
Meirama y con la transformación del paisaje y la fauna de todo nuestro
patrimonio hidrológico. Ya no hay anguilas, ni truchas, ni salmones más allá
del primer valladar de Frieira en el Miño, condenando al padre de los ríos
gallegos y a todos sus afluentes que ya no reciben las visitas de esas
especies: Arnoia, Avia, Búbal, Sil y una larga lista de damnificados.
Así pues, pagamos más cara la luz porque a igual precio a
nosotros nos cuesta nuestro paisaje y nuestro medio natural. El metro de Madrid
y sus trenes de cercanías no son medios de transporte limpios. Simplemente
tienen las chimeneas a seiscientos kilómetros de distancia: en Galicia.
Así pues,
que Iberdrola no nos toque la pirola. Ni Unión Penosa, ni Endesa ni toda esa
caterva de depredadores que cuentan con el apoyo de políticos agradecidos a los
que sientan en sus consejos de administración o en sus comités asesores. Los
recursos naturales gallegos enriquecen sus cuentas bancarias y aquí no dejan ni
un céntimo de su valor añadido. Galicia es energéticamente sostenible y
autosuficiente: con la potencia generada por las centrales hidroeléctricas, si
actualizasen sus sistemas de generación, y las eólicas no precisaría tener en
funcionamiento ninguna central térmica. Si no fuera, claro está, por la que hay
que mandar a la España rica, a la que recauda el iva de nuestra electricidad y
a la que llega como energía límpia.
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