lunes, 12 de agosto de 2013

Una efímera estación que desapareció hace dos años y un coche presidencial con presidente y ministro que hicieron el paripé

Cocheras con foso de inspección de la efímera estación de Vigo.  ©F.J.Gil
Avanzan a buen paso las obras de la estación de alta velocidad de Vigo. No sabemos si será solo de alta velocidad o también del resto de los trenes, una cuestión llena de incógnitas y de muchos problemas que serán tema de otro artículo. Su inauguración está prevista para 2014. La futura estación de Vigo estaba llamada a ser la obra faraónica viguesa. Nuestra arquitectura local, bien surtida de magníficos ejemplos de estilos como el modernismo, el eclecticismo en sus diversas versiones, el racionalismo, etcétera, gracias al empeño de una burguesía pujante, podrá avergonzarse de haber participado de la megalomanía de políticos insensatos que jugaban con el dinero que no era suyo y que ahora nos están descontando de nuestras nóminas. El proyecto de Thom Mayne me recuerda la frase de un político al que conocí en Ourense que se quejaba de su jefe de prensa, bien plantado físicamente, de quien decía: “Ten moito corpo pero pouco cerebro”. La verdad es que acertaba de pleno, pero no se guio por su instinto y un desafortunado “affair” del que era mucho más culpable su asesor que él mismo le costó el cargo y su muerte política. Pues a la estación de Vigo le sucede lo mismo: tiene mucho cuerpo pero poco cerebro. Tan grande para muy pocos trenes. Muchos menos destinos que, por ejemplo, la que fue cerrada a finales de agosto de 2011 y sobre cuyas antiguas plataformas y vías se entierran los andenes de la nueva.
 
El faraonismo tiene la mala costumbre de acabar con aquello que desea ensalzar. A la estación le podría suceder lo mismo que a Peinador. El aeropuerto cuenta con un estacionamiento tan grande como vacío. Un monstruo de edificio de estética nada dudosa: es una cagada absoluta. Tan grandiosa inversión vino a coincidir con el declive de los vuelos, propiciado por la mano generosa de instituciones que apoyan con nuestro dinero a multinacionales cutres para que vuelen a Santiago y a Alvedro. Las mismas instituciones que ya no financian el tren entre Ourense y Puebla de Sanabria se han convertido en serviles pagadoras de líneas aéreas de bajo costo para que llenen algunos aeropuertos en detrimento de Vigo.
Pero la crónica de hoy no va de aeropuertos ni de aviones, ni tampoco de obras faraónicas. Tiene por objeto exhumar del recuerdo la inauguración de aquella estación que fue cerrada el mes de agosto de 2011 tras una corta, cortísima vida de 23 años y once meses.
El desaparecido expreso Vigo-Barcelona, conocido como Shanghai, a punto de salir de la estación de Vigo. ©F.J.Gil

El acto contó con la presencia del entonces presidente de Renfe, Julián García Valverde y del Ministro de Transportes, Abel Caballero. Con ellos estaba el alcalde de Vigo, Manoel Soto. Era la mañana del 28 de septiembre de 1987. El presidente de Renfe y el ministro del ramo habían llegado a la estación a bordo del “coche presidencial”, un lujoso break que incluye salón y departamentos de camas y que estaba reservado para los viajes del presidente de la compañía y de altas autoridades del gobierno, que  llegaba a Vigo enganchado en el expreso Rías Bajas que había salido de la estación del Príncipe Pío de Madrid a las 22.30 de la noche anterior. Habría sido lo lógico, que el presidente de Renfe y el ministro de Transportes hubiesen llegado en tren para inaugurar una estación. Pero lo cierto es que solo había sido un paripé. El coche presidencial sí salió de Príncipe Pío, enganchado al Rías Bajas, pero vacío. Caballero y García Valverde habían viajado en avión esa misma mañana desde Barajas a Peinador, donde les estaba esperando un coche que los llevaría a la estación de Redondela.
El break zz-1102, coche presidencial, enganchado en la cola del Rías Bajas que llegó a Vigo el 28 de septiembre de 1987. En él viajaron, aunque solo 12 kilómetros, Abel Caballero y Julián García Valverde.  ©F.J.Gil

En Redondela, el Rías Bajas hacía una parada de veinte minutos, el tiempo necesario para desenganchar la rama de Pontevedra, por lo general formada por un coche de literas y un coche cama y a veces también un coche de segunda clase. Los dos políticos aparecerían así en la cantina de la estación de Redondela como muchos viajeros del tren que aprovechaban la larga parada para desayunar con un buen café y luego subirían de nuevo al Rías Bajas como si hubieran completado el viaje desde la estación de origen. Pero aunque la fama la tenía la Renfe, en esta ocasión fue el avión el que se demoró más de la cuenta. Para no dejar quedar mal al ministro, el presidente de Renfe en uso de sus amplias atribuciones ordenó que el Rías Bajas esperase por sus dos ilustres y breves viajeros. Más de una hora fue la espera que padecieron los usuarios del tren para que dos políticos pudiesen hacer un recorrido de 12 kilómetros y así llegar a la estación de Vigo, como sería lo propio, en  un tren.
Un coche de lujo con historia
Placa del fabricante del coche.  ©F.J.Gil

El coche de marras era de fabricación británica. Había salido de la factoría de Metropolitan Carriage, Wagon and Finance Company Ltda, cerca de Birmingham en 1928 y había formado parte del parque de coches de lujo de Renfe, procedentes o bien de los pullman de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces (que luego se integraría en la nacionalizada Compañía del Oeste) o bien de los impresionantes coches salón con los que la Compañía Internacional de Coches Cama y Grandes Expresos Europeos operaba en España. Aunque había sido objeto de importantes reformas, como por ejemplo un sistema de climatización, mantenía la prestancia de un suntuoso coche del primer tercio del siglo XX. Cada compañía tenía uno o dos de estos coches, reservados a sus presidentes, directores generales o ingenieros jefes para cuando tenían que hacer viajes de inspección, y eran los trenes elegidos por ministros, presidentes y miembros de la familia real para sus viajes oficiales por España. Alfonso XIII fue el último monarca español que utilizó el tren como medio de locomoción para sus visitas reales y había llegado a Vigo en un convoy formado por coches de este tipo, aunque de fabricación anterior.
Las ventanas emplomadas formaban parte de su diseño art déco que en el interior incluía trabajos finos de marquetería con incrustaciones, cristales tallados al ácido, etcétera. Entre sus mejoras realizadas pocos años antes de tomar esta foto estaba la incorporación de un sistema de climatización que es el causante de ese aspecto tan cuadrado y "cabezudo" en sus extremos, y los nuevos bogies Gran Confort de patente española, que le permitían circular a 160 kilómetros por hora. ©F.J.Gil
 
En la matriculación del material rodante, estos cocches suelen llevar el indicativo de zz. Franco había llevado uno que había pertenecido a Alfonso XIII, a su entrevista con Hitler en Hendaya en octubre de 1940. Viajar en línea regular de Iberia lo puede hacer cualquiera. Un coche de estas características está reservado a muy pocos. El afán por salvarse del traqueteo nocturno del expreso obligó a Abel Caballero y a García Valverde a madrugar mucho más para coger el avión en Barajas y les privó de un lujo y un placer que hoy resulta prácticamente imposible pues ya no existen expresos de material convencional a los que poder enganchar un coche privado. Tenían que habérselo pensado mejor.

Break presidencial del Galaico Expreso que se encuentra en el Museo del Ferrocarril de Galicia en Monforte de Lemos.  ©F.J.Gil
 
En cuanto al destino del coche presidencial, los directivos de Renfe decidieron que ya no tenía sentido mantenerlo en servicio. ¿Por qué? bien porque prefieren viajar en avión, bien porque les parecería un exceso de ostentación, lo cierto es que el zz 1102, se dejó caer en manos del óxido y el olvido (y también del vandalismo). La última referencia de la que tengo noticia procede de un documento de Carlos Abadías cuya fotografía se encuentra en la web www.listadotren.com y que sitúa el citado coche en el año 2002 en el parque pendiente de restauración del Museo de Delicias. Su adscripción al museo puede ser una buena noticia para los amigos del ferrocarril.

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