Se acerca la Semana Santa y me vienen a la mente estampas de
la pasión de Cristo. Son imágenes con el
rostro de Victor Mature, Charlton Heston (éste no falla nunca), Charles
Laughton… Tantas películas bíblicas
durante la infancia terminan haciendo más mella que trece años de primaria y
secundaria con las puntuales clases de religión tres días a la semana.
También me vienen a la mente otras caras. Son menos
cinematográficas, pero en verdad que los medios nos han saturado de ellas hasta
la saciedad. Con el elenco de personajes de la vida política actual y su empeño
en amargarnos la vida podríamos hacer una nueva versión de “La historia más grande jamás contada”. En la
versión que hoy os propongo, en vez de contratar a Max Von Sydow para hacer el
papel de Cristo, podemos elegir cualquier ciudadano de nuestro país. Da igual
un parado, que un funcionario al que le recortan el sueldo, un trabajador del
naval que carece de barcos que construir ahora que Bruselas ha ordenado que se
reduzcan las flotas pesqueras, el administrativo de una caja de ahorros al que
van a mandar para casa para que el sector financiero sea más fuerte o el
empleado de cualquier empresa al que le podrán poner la chaqueta por una
propina gracias a la reforma laboral (No sé por qué le llaman reforma laboral.
Debería ser la reforma patronal).
Sería larguísimo señalar ahora mismo todo el reparto de la
película. Esa es una tarea que me gustaría compartir con vosotros, queridos
lectores, y que propusieseis, por ejemplo, a quien le daríamos el papel de
Pilatos, de Caifás, de María Magdalena… A mí me saltan como alarmas dos caras
para dos personajes: Judas Iscariote y el Buen Ladrón.
Empecemos por el segundo. Ya el nombre es en sí un oxímoro,
es decir, una relación imposible por tratar de unir dos conceptos opuestos.
Buen ladrón es como la agilidad burocrática o la inteligencia militar: un
imposible. Pero en nuestro país todo es posible. Incluso que el Ministro de
Gracia y Justicia, con esa cara de bueno que tiene, le cayera tan bien a la
izquierda cuando era alcalde de Madrid. De hecho, parecía que Ruiz Gallardón
tenía más amigos en el PSOE que en su propio partido. ¿Cuántas veces oímos
aquello de que “El PP sería otra cosa si estuviese al frente Gallardón”? Pues
ahí tenéis a Gallardón haciendo de las suyas. No lo criticaré por sus primeras iniciativas legislativas. Está
en su papel como miembro de un gobierno
conservador. Lo que sí me parece que debería causar su cese fulminante en el
Consejo de Ministros es su condición de pufero mayor del reino. Ha dejado la
alcaldía de Madrid con una deuda de 6.891 millones de euros. Es la cuarta parte
de la deuda que acumulan los ayuntamientos de toda España. Pero no se queda ahí
la cosa. Gallardón, además empeñar a cada madrileño con una deuda de 2.000
euros, ha dejado colgados a pequeños empresarios, profesionales y proveedores
del Ayuntamiento de Madrid a quienes no les ha pagado facturas por importe de
mil millones de euros y deben añadir esta tropelía de un político insensato a
sus cuitas en plena crisis: falta de actividad, falta de financiación, anticipo
del pago del IVA de las facturas a clientes morosos. Estoy seguro que
Gallardón, cuando era alcalde de Madrid no tenía contemplaciones con quienes se
demoraban en el pago de las tasas de basura, el impuesto de circulación,
etcétera. Deberían unirse y contratar al Cobrador del frac para que apareciese
en todas las fotos y comparecencias públicas del ministro de justicia hasta que
le cayese la cara de vergüenza por jugar de esta manera con el dinero que no es
suyo. Y ya sabéis, como se les llama a
los amigos de lo ajeno. Pues aquí tenéis al buen ladrón. El Dimas del gobierno
de Rajoy que debería ser el primer cese por haber contravenido con su práctica
la política de austeridad que el actual presidente está imponiendo a sangre y
sufrimiento a toda la ciudadanía.
Pero antes de encontrarse en el Gólgota de la crisis con el
buen ladrón, el crucificado fue traicionado por Judas. Judas en hebreo significa
“el elegido”. Y además era el apóstol que se ocupaba de la economía de los
discípulos. Era el que llevaba la bolsa, el que protestaba cuando se hacían
despilfarros. En nuestro caso, es una Judas (¿debería decir judesa?) y para
colmo, gallega como nós: Elena Salgado Méndez. La vicepresidenta económica y
ministra de varias carteras durante los dos gobiernos de Rodríguez Zapatero acaba de ser fichada
por Endesa. Se ampara en un subterfugio, una artimaña legal, para saltarse a la
torera la incompatibilidad manifiesta que existe para que durante los dos años
siguientes a su cese en el gobierno un ministro pueda trabajar o vincularse o
asesorar a una empresa privada, beneficiándola frente a otras de la información
que le proporcionó su puesto en el consejo de ministros. Con más razón en el
caso de Elena Salgado que no era una ministra cualquiera sino vicepresidenta
para asuntos económicos. Su traición es legal porque no la contrata Endesa sino
una filial de dicha empresa eléctrica en Chile. Es una máscara legal con la que
se escapa de la incompatibilidad, pues
al final, la propietaria de la empresa para la que va a trabajar nuestra judesa
es una compañía eléctrica española. Nos da el beso, se lleva las treinta monedas
de plata que le dará la eléctrica –nos van a
subir la luz así que será a nuestras expensas– pero seguirá cobrando
durante dos años el subsidio como si hubiese preservado los secretos y la
incompatibilidad de su cargo.
La iniquidad no tiene color. Está allí donde anida la
avaricia, la ambición desmedida y el
abuso. Hay que desenmascararlos, denunciarlos, apuntarles con el dedo cuando
pasen ante nosotros. No se inmutarán porque son inasequibles al honor. Pero
haremos que se avergüencen las personas de bien que haya en su entorno: sus
familiares, sus amigos, sus compañeros de partido y de gobierno, llegará un
momento en el que no serán nadie. No serán nada. Ni tan siquiera un ladrón o un
judas.
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