Los políticos, sean del PP, del PSOE, de Convergencia y Unió
o de la Falange Auténtica, de cuando en cuando descubren el Mediterráneo. Por
ejemplo, como se les acabó el dinero que les dimos, ese que dedicaron a grandes
proyectos destinados a mejorar la calidad de nuestra vida –aeropuerto de
Ciudad Real, Cidade da Cultura de Santiago, Puerto Exterior de A Coruña,
diversas empresas públicas en Valencia, acontecimientos deportivos en Baleares,
etcétera– han inventado una nueva fórmula de
recaudación: el co-pago. En esencia, el copago consiste en que volvamos
a poner dinero en aquello que ya
habíamos pagado para que nuestros amados políticos puedan seguir
haciendo nuevos aeropuertos, más AVE en el país con más vías de alta
velocidad del mundo después de China (en
cambio no hay trenes entre Vigo y Ourense o entre Lugo y Ourense), terminar el
Puerto Exterior de A Coruña contra viento y marea –y aquí lo digo en el sentido
más literal de la palabra, razón por la que A Coruña nunca será Rotterdam– y
por supuesto, amueblar los garitos del Gaiás, (también llamado Cidade da
Cultura, Valle de los Reyes, Pirámides de Fraga…), con sillas de a 500 euros la
unidad.
Copagamos más de lo que os imagináis, amadísimos lectores.
Por ejemplo: una mente iluminada acuñó el concepto de líneas aéreas de bajo
coste, es decir Low Cost, en la jerga de los que viajan en avión. ¿Son baratos
esos vuelos? Mentira monumental. Los usuarios viajan de manera cutre: no les
dejan llevar más que un paquetito, les hacen esperar horas y horas y a veces
días en los aeropuertos, no les dan ni una gaseosa durante el viaje y los
asientos son tipo autobús. Cuando sacan el billete por internet se sienten la
satisfacción de haber pagado veinte euros o treinta por un billete que normalmente
habría costado doscientos. Pero es puro placebo. Los 180 euros restantes los
copagamos todos los que no viajamos en avión gracias a la amabilidad de un memo
que tiene mando en la Xunta (el nombre da igual porque en Galicia se viene
haciendo desde 2004 y ya han pasado unos cuantos) y que pone la diferencia con
nuestro dinero. Ese dinero que ahora no
hay para pagar las recetas de la penicilina, pero sí para que unos cuantos vayan
de compras a Londres, en avión, aprovechando que les sale más barato que ir en
tren de A Coruña a Vigo y además tarda menos tiempo.
Mi madre que no tiene coche y a quien no le suben la
pensión, pero sí la luz, copaga el peaje de la autopista entre Ourense y Lalín,
y entre Vigo y O Morrazo, como el resto de los gallegos, para que los políticos
queden como príncipes ante sus electores
de Cangas, Moaña, Dozón, Ourense, O Carballiño porque ahora no pagan al
pasar por el peaje.
A mí me parece muy bien el copago. Siempre que se cumpla con
el principio general del sistema de mercado: si quien paga manda, quien copaga,
también. Quiero mi parte de mando en este asunto y exijo que en vez de poner un
tren a veinte euros el viaje entre Ourense y A Coruña, pongan cuatro a cinco
euros cada uno. Y que entre Vigo y Ourense me pongan media docena más al día con el dinero que se van a gastar en la
variante para que la línea de Alta velocidad que llega a Santiago se conecte
para venir a Vigo y que no deja de ser
un parche provisional como lo es, en la actualidad la estación de Guixar. A
Pepiño Blanco, por quien siento gran
simpatía, le presumo inocente en el caso Campeón, y así lo creeré mientras no
se demuestre lo contrario y acabe en el penal de Monterroso. Pero es culpable
del delito flagrante de despilfarro por la chapuza del invento de los trenes
híbridos. Carísimos, con un consumo
energético desproporcionado, y todo para que durante unos años el Talgo a Madrid ahorre, con suerte,
una hora. El resto del tiempo que economiza lo podrían ofrecer en la actualidad
con poner un TRD de butacas más cómodas.
Perdonadme, porque me fui por las ramas ferroviarias, que es
mi teima crónica. La cuestión es ésa. Si estamos en el capitalismo más atroz de
las últimas décadas, con despidos low cost, copago sanitario (es decir que
pagamos dos veces por el mismo acto), quiero todas las reglas del juego del mercado
sobre la mesa y no solo las cartas marcadas con las que nos pretenden colar otro
gol. Y ya que no tenemos políticos sino gestores administrativos, alguien tiene
que mandar verdaderamente.
¿Qué tal, si de una vez por todas, quienes mandan son los
que pagan y no los que cobran?
Pasé por Redondela hace cincuenta años.
ResponderEliminarMe interesa comunicarme con vosotros.