jueves, 11 de octubre de 2012

Guillermo Cameselle



Cameselle, en el centro de la mesa. Por la izquierda, José Ángel Xesteira, Mónica Tourón, Magis Iglesias, Fernando Franco, Viki Costas, Paulino Campos, Víctor de las Heras, Francisco J. Gil, Francisco Novo, Pilar Comesaña y Manuel Blanco. Todos, con 27 años menos.

Conocí a Cameselle hace 31 años, el mismo tiempo que hace que comencé a ejercer el periodismo. Entonces, yo era un novato de veinte años y él un fotógrafo joven –tenía 30– pero muy experimentado. Guillermo se había curtido en el fotoperiodismo de la década de 1970. Tiempos convulsos y a la vez apasionantes. A primera vista resultaba algo cortante, seco, de pocas palabras. Magar le puso con mucha sorna el mote de “Mis alegrías”, porque esa imagen le había granjeado fama de ser excesivamente serio. Ciertamente, era serio, riguroso, en su ofico. Con la cámara en la mano, se concentraba en su trabajo hasta parecer ausente. Pero en realidad estaba buscando el encuadre perfecto, el momento oportuno para disparar. Veías a otros fotógrafos, allá por los años ochenta, que en una rueda de prensa gastaban un carrete –¿Os acordáis de las cámaras que llevaban carrete, que luego había que revelar el negativo y hacer las copias en papel?–, o en un concierto en Castrelos que se pasaban toda la actuación de aquí para allá dándole a la cámara. Entonces, Cameselle, te susurraba al oído: “Ya no se hacen castillos, pero todavía quedan fantasmas”. Él sabía, cuando la foto que quería ya estaba hecha y entonces no necesitaba darle más vueltas al asunto. Había cámaras que disparaban ráfagas como las de ametralladoras. La de Guillermo Cameselle era como el rifle de un francotirador o la pistola de Clint Eastwood en “La muerte tenía un precio”: rápido y certero.
Los fotógrafos de Vigo con el alcalde de la ciudad. Febrero de 1989. De izquierda a derecha, Jesús de Arcos, Quico, Magar, Delmi Álvarez (agachado), Ángel Llanos, Manoel Soto, Luis Pardo de Vera, Francisco J. Gil, Guillermo Cameselle y Víctor de las Heras.
Antes de acabar mi primer mes de trabajo me di cuenta que aquel Cameselle serio, escondía otro que tenía un gran sentido del humor, mucha ironía y tremendamente divertido. Daba gusto ir con él a hacer un reportaje. Hicimos cientos juntos a lo largo de las dos décadas que compartimos profesionalmente. Para un “juntaletras” como yo, poder tener un compañero como Guillermo era un lujo, pues sus fotografías, siempre buenas y algunas de ellas geniales, hacían que un reportaje, una entrevista, o una sencilla noticia se convirtieran en un trabajo atractivo para los lectores. Ya no hacía falta escribir mucho. Sus fotos lo decían todo. Y fuera del trabajo, una cena, una fiesta no eran completas si no estaba él. Nadie ni nada, ni siquiera su enfermedad, pudieron quebrantar el fino humor y la alegría que llevó consigo allá donde estuviera.
De izquierda a derecha, Jaime Corujo, Guillermo Cameselle, José A. Xesteira, Magar, Francisco J. Gil y Suso Portela. En una cena cualquiera a mediados de la década de 1990.
No se me ocurre mejor manera de definirlo que por su trabajo, pues en él puso siempre todo su empeño y aplicó al máximo sus cualidades humanas. Fue un fotógrafo honrado, inasequible al amarillismo y a la manipulación. Sus fotos siempre desvelaron la verdad de los hechos, rehuyendo cualquier truco que distorsionase o exagerase la realidad. Objetivo y sincero, nunca eludió el compromiso del informador de enfrentarse al poder con mirada crítica. 

Tuve la suerte de conocer a Guillermo Cameselle, de aprender de él, de gozar de su amistad durante treinta años. Querido "Mis alegrías", disfrutaré de tus fotos inmortales y de tus recuerdos mientras viva.   

1 comentario:

  1. Muchísimas gracias por este sincero homenaje. Camesellejr.

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