Me gustaron mucho las declaraciones de Juan Luis Cebrián, en
las que señala que a partir de los cincuenta años los periodistas llegamos a la
tercera edad. Me gustaron porque siempre lo consideré un imbécil y al ver que
había llegado tan alto, que incluso lo habían hecho académico de la Lengua, esa
visión tan despectiva que tenía de él, una de las figuras del periodismo
español de la Transición, pensaba que era pura ojeriza sin sentido. Manías de
un provinciano. Pero gracias a sus declaraciones y a todos los artículos, cartas
al director y comentarios con los que muchos colegas de mi oficio han
reaccionado ante semejante despropósito –en el que el asunto de la tercera edad
era lo de menos–, me sentí, por fin, satisfecho. Me recordó el día en que el
entonces alcalde de Santiago, Xerardo Estévez, me calificó de periodista
indocumentado y amarillista por publicar un reportaje en el que advertía de que
millones de termitas se estaban comiendo el patrimonio de la humanidad en
Compostela y seis meses más tarde, tuvieron que cerrar, por primera vez desde
la Edad Media, la Catedral de Santiago para poder hacer un tratamiento de
urgencia contra la plaga de insectos que se estaban comiendo el patrimonio
artístico.
Como periodista siempre pensé que uno es reo de sus propias
palabras –también de sus hechos– y si Cebrián dice que a los 50 se llega a la
tercera edad, es consecuencia de que, en su caso, la demencia le llegó tan
precoz como su vocación periodística, allá por los años sesenta del siglo
pasado. Eso explica que a lo largo de su vida sus palabras hayan servido, al
mismo tiempo, para elevarle hasta los laureles académicos y para vituperar a la
profesión que deshonra mientras se enriquece con la plusvalía del trabajo de
más de cuatrocientos profesionales. Cebrián ganó en 2011 más de 13 millones de
euros. Con un solo despido, el suyo, Prisa podría ajustar el presupuesto sin
tener que deshacerse de los casi 140 periodistas a los que quieren ponerles la
chaqueta en las próximas semanas. Un accionariado medianamente lúcido no
tendría duda en la elección: ¿De quién nos deshacemos? ¿Del ejecutivo que
consiguió que nuestras acciones de Prisa pasasen de valer 20 euros a 40
céntimos de euro o de los periodistas que con su trabajo nutren las páginas con
las que facturamos cinco millones de euros al mes en el periódico más
prestigioso en el mundo hispano? Además, está la cuestión social: Cebrián ya
tendría que estar jubilado, cobrando su pensión, viajando con el inserso. Tiene
casi 68 años, en su caso sí es cierto lo que dijo: ya es un periodista acabado
y como ejecutivo no se le conocen más que fracasos.
La cosa no puede estar más
clara. Los lectores estoy seguro que tomarían la decisión adecuada. ¿Será que
mi ojeriza se acentuó ahora que ya estoy en la tercera edad?
Soy de la convicción que Cebrián es uno de los pesebreros del poder que fueron creciendo y adquiriendo mañas al calor de la lareira franquista. Y como seguidor de tal movimiento cancerígeno, unicamente considera viejos a los demás, como considera antidemócratas a los demás. Dentro de poco saldrá diciendo que toda la inquina que se produce contra él, está motivada por una conspiración judeo-masónica.
ResponderEliminarNo es oro todo lo que reluce, y de aquella Transición vinieron estos loros (entre ellos Cebrián, un seudoempresario más que promueve libelos infames, como los que suelta por su boca).
Y tanto. Todavía le veremos dando zarpazos.
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